El miedo a escribir: cuando el perfeccionismo silencia la voz interior
No hay mejor manera de empezar a hablar del miedo a escribir que recordando todo el tiempo que aplacé sentarme a hacerlo, y la media hora que pasé frente a una página en blanco sin poder escribir una sola línea. Antes no me costaba plasmar ideas reales o fantásticas sobre el papel.
Entonces me pregunto: ¿por qué ahora sí? ¿Por qué escribir un cuento a mis 25 no es tan fácil como a mis 14? ¿Por qué hablar de un tema que me preocupa me resulta tan difícil, cuando de pequeña escribía sin miedo, sin pensar en el resultado ni en quién lo leería?
El miedo a escribir y el abandono de la lectura
El miedo a escribir rara vez aparece solo. Suele venir acompañado de la pérdida o el abandono del hábito de leer, o de nunca haber tenido ese vínculo con la lectura por simple placer o curiosidad.
A menudo, este miedo nace bajo la sombra del perfeccionismo social e institucional, esa voz que nos hace creer que nuestra interpretación vale menos o que nuestras palabras carecen de valor.
Se manifiesta de muchas formas: el miedo a no entender un texto, a no saber expresar ideas claras, o al temor de que alguien —un profesor, un amigo, un lector— juzgue lo que escribimos. Es el peso de creer que solo se puede escribir bien si se escribe perfecto.
Cuando la universidad se convierte en un espejo del perfeccionismo
Ahora que lo pienso, mi rechazo a escribir comenzó en la universidad. No porque alguien me dijera que lo hacía mal, sino por sentirme inferior.
Por sentir que, al ser estudiante de bibliotecología, tenía la obligación de escribir mejor que nadie. Esa presión me paralizó.
Si soy sincera, todavía me da miedo hablar de esto. Me aterra que quien lea este texto piense que es una basura, o que quien lo revise antes de publicarlo diga que necesita cambios.
Y no porque las correcciones estén mal —sé que son parte del proceso—, sino porque temo sentirme ridícula por no haberlo hecho “lo suficientemente bien” desde el inicio.
Ese pensamiento es una trampa: el perfeccionismo es el disfraz elegante del miedo.
Redes sociales y el nuevo bloqueo del escritor
Otro factor, y un crimen del que me declaro completamente culpable, son las redes sociales.
No quiero satanizarlas, pero es imposible negar su impacto en nuestra capacidad de atención y concentración. El contenido de formato corto ha modificado nuestra manera de consumir información y de pensar.
A mis 15 años solía leer más de tres libros por mes, libros que devoraba en una semana. Hoy tengo uno desde hace dos meses en la mesa, apenas con las primeras páginas leídas.
A veces intento alejarme del celular, pero la dependencia es tan fuerte que imaginarme sin él me genera ansiedad.
Me he dado cuenta de que obligarme a escribir o leer sin distracciones me produce la misma sensación de abstinencia que a otros dejar el café o el cigarrillo.
No es flojera, es una ansiedad aprendida, una dependencia invisible que nos roba el tiempo y la profundidad mental que antes dedicábamos a imaginar, leer o crear.
La nostalgia de cuando escribir era divertido
Hace unos días, mientras hacía scroll en una red social, encontré a un chico hablando sobre la falta que nos hacen los adolescentes que escribían fanfics.
Sí, esas historias improvisadas de Wattpad, donde miles de jóvenes se atrevieron a escribir sin miedo, solo por el placer de crear.
Historias “chafas” quizá, pero honestas, libres, imperfectas, llenas de pasión y de deseo de aprender.
Era un ejercicio de escritura creativa increíble: tomar algo que te gustaba, transformarlo, y hacerlo tuyo.
Y lo más importante: nadie temía hacerlo mal. No había vergüenza, solo imaginación.
Las infancias y adolescencias de hoy ya no son lo que solían ser. Ya no vemos niños inventando historias en la cuadra, ni adolescentes soñando con mundos propios. Muchos solo quieren ser adultos antes de tiempo.
Parece que hemos perdido la creatividad, y con ella, una parte vital de la esencia humana: la capacidad de imaginar sin miedo.
Cómo desaprender el miedo a escribir
Entonces, ¿qué hay que hacer?
Tal vez la respuesta sea desaprender el miedo, atrevernos a ocupar las horas que pasamos frente al celular para escribir, leer, o simplemente pensar sin distracciones.
Dejar de lado las etiquetas del perfeccionismo y las voces que nos dicen que todo debe tener un “significado profundo”.
A veces leer un texto no requiere más interpretación que disfrutarlo.
A veces escribir no necesita más propósito que sacar algo de adentro.
Recuerdo a un amigo que quiso empezar a leer por placer. Me decía que no entendía nada de lo que leía, y al final descubrí que su problema no era la comprensión, sino la búsqueda constante de un significado oculto.
Se concentraba tanto en analizar que olvidaba disfrutar.
No está mal buscar profundidad, pero no siempre es necesario hacerlo. A veces solo hay que dejarse llevar por el dulce ritmo de las páginas, viajando sin moverte del lugar.
Leer y escribir sin miedo: el camino de regreso
Buscar significados escondidos y no encontrarlos puede hacernos sentir torpes, menos capaces, y llevarnos a rendirnos.
Pero la lectura —como la escritura— debe empezar desde el disfrute.
Leer es explorar escenarios invisibles, enamorarse de personajes imposibles, odiar a otros tan bien escritos que parecen reales.
Es sentir, emocionarse y ser feliz con algo tan simple como una palabra bien colocada.
Y escribir debería ser igual. No tiene que ser perfecto, ni brillante, ni digno de aplauso.
A veces basta con escribir lo que sentimos, aunque parezca trivial o torpe. Porque lo imperfecto también comunica.
Volver al borrador, aceptar la corrección, incluso la basura, no es fracasar. Es el camino mismo del aprendizaje.
Enfrentar el miedo: escribir aunque duela
Este texto, irónicamente, es mi forma de enfrentar ese temor.
Es mi primer paso fuera de la parálisis.
El miedo no desaparece al escribir la última palabra, pero sí se reduce.
La única manera de vencer el miedo a escribir es escribiendo, incluso si es solo para confesar lo mucho que temes hacerlo.
El miedo a la burla o a la corrección externa es real, pero, ¿y si escribo solo para mí, al menos al principio?
¿Y si mi primer lector es esa versión de mí misma de 14 años, a la que no le importaba si era perfecto o no?
Al final, la lucha no es por escribir “bien”, sino por recuperar la voz que el perfeccionismo nos robó.












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