¡Ah, Frankenstein! Esa vasta y sombría meditación sobre la ambición humana, la soledad cósmica y las consecuencias de jugar a ser Dios… ¿O quizás solo una excusa para un drama gótico con un papá científico y una criatura con sentimientos fácilmente digeribles?
Lamentablemente, la versión que nos ofrece Netflix es esto último. No es que sea “mala” en el sentido de ser incompetente; es incompetente en el sentido filosófico. Es buena para un sábado por la noche con palomitas, el equivalente cinematográfico de un resumen de diez minutos: se lleva los nombres, el laboratorio chispeante y las lágrimas, y se olvida de la Fantástica Obra Gótica y Filosófica de Mary Shelley. Aquí, la película de Netflix se revela no como una adaptación, sino como una domesticación quirúrgica.
La Amputación de los Pilares
La novela original nos presentó a Víctor Frankenstein en un marco estructural complejo (las cartas del Capitán Walton), que nos obligaba a cuestionar la subjetividad del narrador. Este recurso de meta-narrativa era fundamental, pero, ¡ay!, interfiere con el ritmo del streaming. Netflix, en su infinita sabiduría, nos lo quita. ¿Para qué molestar al espectador con la complejidad de la verdad?
Además, la novela original nos dio una Criatura que no era un salvaje, sino un intelectual autodidacta que lee a Plutarco y Milton antes de decidir que la venganza es su única opción racional. Su maldad no es instinto, es una elección filosófica. Netflix nos facilita todo.
- Víctor, el Niño Mimado Gótico: En lugar de ambición trascendental, tenemos a un Víctor motivado por un trauma de manual y un complejo de Edipo. La ciencia queda relegada a un pretexto, no una obsesión.
- La Criatura, el Perro Abandonado: La Criatura, en lugar de ser un arquitecto de la venganza, es reducida a un ser esencialmente benigno. Al eliminar la maldad deliberada—y el crucial dilema de la compañera que Víctor destruye, probando su egoísmo incurable—la película desactiva la bomba moral que Shelley puso en el corazón de su obra.
El Verdadero Monstruo: Netflix, el Algoritmo con Bisturí
De Filósofos a Padres Disfuncionales, el libro nos pregunta: ¿Qué le debe un creador a su creación? La adaptación de Netflix, en cambio, se encoge de hombros y nos dice: Padres malos, hijos incomprendidos.
La escena final, con el monstruo y su creador llegando a una especie de pseudo-reconciliación sentimental con un llamado a Víctor como “hijo”, es el clavo final en el ataúd de la ambigüedad. Es un final digno de un drama de sobremesa, no del terror gótico que puso en tela de juicio los límites de la ciencia en 1818.
Es la versión descafeinada, endulzada y pasteurizada. Funciona como entretenimiento ligero; fracasa estrepitosamente como heredero del legado de Mary Shelley.
Pero la gran lección es esta: El verdadero monstruo es Netflix. La plataforma ha tomado a Frankenstein y le ha realizado una lobotomía literaria, quitándole el cerebro filosófico y reemplazándolo con un corazón de peluche para garantizar que el espectador no se confunda y se mantenga enganchado. La Criatura de Netflix es un ser sin alma, creado no por la locura científica, sino por la necesidad pragmática de la retención de audiencia. Es el producto final de un algoritmo que amputó la obra, dejando solo el melodrama seguro.
Y en este proceso, hasta figuras que admiramos corren el riesgo de volverse cómplices. Si vemos a Guillermo del Toro en el horizonte, no podemos evitar preguntarnos si el maestro que nos dio terror sensible ahora se está volviendo el creador de encargo. Sus recientes obras, aunque visualmente impecables, a veces parecen carecer de esa profundidad sucia y retorcida que lo definía. El cine de Del Toro, al igual que la Criatura de esta adaptación, corre el riesgo de volverse inerte: hermoso, funcional, pero sin la incómoda alma que solía perturbarnos.
A quienes la defienden ciegamente, solo se les puede aconsejar con una sonrisa condescendiente: “Querido, ya que te gustó el resumen, deberías intentar leer el libro. Te sorprenderá descubrir la verdadera historia y la masacre que le hicieron para que tú pudieras disfrutar tu fin de semana.”
La Verdadera Intención de Shelley: Un Ataque al Ego Masculino
La Gran Ironía de esta adaptación es que, al simplificar la motivación de Víctor a un simple “trauma de la niñez”, Netflix no solo abarató la trama, sino que ignoró el verdadero genio de Mary Shelley: su mordaz crítica a la Ilustración y al Ego Masculino desenfrenado. Shelley escribió su novela en 1818, en plena resaca del fervor científico y filosófico. Ella no creó un cuento de terror sobre un monstruo, sino sobre la irresponsabilidad del creador. Víctor no es un niño que extraña a su mamá; es el epítome del hombre del siglo XIX, obsesionado con el conocimiento absoluto y convencido de que puede dominar la Naturaleza, el nacimiento y la muerte.
La ambición de Víctor no era personal, sino trascendental. Quería crear una nueva raza, no un amigo. Y es por eso que lo abandona: porque lo que creó es feo, una abominación que arruina su visión de gloria. Shelley quiso decirnos que la ciencia sin conciencia es un error, pero sobre todo, que la vanidad del creador es su verdadera maldición. La crítica de Shelley es un dardo contra los hombres que engendran conocimiento y luego huyen de sus consecuencias sociales. Netflix, en cambio, nos dice que si Víctor hubiese ido a terapia, todo se habría arreglado. ¡Menuda reducción!
El Gran Sacrificio de la Criatura: De Filósofo a Plot Device
La mutilación más cruel y totalmente innecesaria para el streaming moderno es, sin duda, la degradación intelectual de la Criatura. Shelley fue meticulosa en su diseño: la Criatura aprende el idioma al espiar a la familia De Lacy, lee Las Ruinas de Volney para comprender la estructura de la sociedad humana, y se encuentra reflejado en Adán de El Paraíso Perdido, pero se identifica con Satán. Esto es fundamental: no es un monstruo por naturaleza, sino por discriminación social y reflexión. Es un paria que, al entender el mundo, elige la revuelta.
Al convertirlo en el gigante torpe y tierno, Netflix le quita su agencia y su terror. Se deshace del debate más importante de la novela: el diálogo entre Creador y Criatura sobre la solicitud de la compañera. Cuando la Criatura exige una igual, y Víctor la destruye a medio terminar, Víctor prueba su egoísmo irreformable. Él teme a una nueva raza de seres inteligentes, no a un simple gigante solitario. Al eliminar esta escena, Netflix nos roba el clímax moral del libro, entregándonos, a cambio, un “drama de abandono” más propio de una película de Disney con presupuesto gótico.
La Lógica del Streaming: La Amputación como Estrategia de Retención
La razón de todas estas simplificaciones es simple y brutal: la Lógica del Streaming. Mary Shelley escribió para un lector que tenía tiempo, paciencia y gusto por el texto largo y la reflexión. Netflix produce para un suscriptor que puede saltar al siguiente título con dos toques. La complejidad estructural (Walton) y la complejidad filosófica (Plutarco) son obstáculos que elevan la tasa de abandono.
La Criatura debe ser tierna y visualmente impresionante, pero emocionalmente unidireccional. Necesitamos llorar por él sin cuestionar su moralidad. Es un producto diseñado para ser consumido rápido, generar una reacción emocional simple y asegurar que el espectador no necesite volver a pensar en el tema una vez que el algoritmo le sugiera la siguiente cosa. La ambición de la plataforma no es literaria, sino métrica.
Del Toro y la Estética de la Inercia
Y es aquí donde la figura de un artista como Guillermo del Toro duele. Donde antes teníamos a un director que entendía la belleza y la pena del monstruo, dotándolo de profundidad (Fauno, Abe Sapien), ahora corremos el riesgo de verlo convertirse en el proveedor estrella de esta “estética de la inercia”.
Del Toro siempre tuvo el estilo, pero en sus mejores momentos, también tenía el alma filosófica, la misma que Shelley defendía. La preocupación es que la presión del gran estudio y el algoritmo de Netflix terminen por esterilizar su visión, produciendo obras que son una maravilla visual, un caramelo gótico para la vista, pero que carecen de la suciedad moral y la complejidad temática que definían su cine. Es la tragedia de que el artesano más sensible termine al servicio de la máquina más insensible.
El Legado de Shelley: Un Espejo Roto
Al final, la “adaptación” de Netflix es un espejo roto que ya no refleja la visión de Mary Shelley. Ella nos dio una tragedia sobre la responsabilidad y la naturaleza adquirida del mal. Nos mostró que el verdadero monstruo es el hombre que se cree libre de las consecuencias de sus actos, y que el rechazo social es un veneno lento y letal. La película, en cambio, nos ofrece una fábula simplona sobre el bullying y la necesidad de afecto. El terror de 1818 era intelectual; el terror de Netflix es, simplemente, una escenografía lujosa para un drama sentimental. Y en esa diferencia, reside la amputación final de una obra monumental.












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